Concurso de poesía Heptagrama 2012
Fallo del concurso Heptagrama de poesía 2012
El Jurado del Concurso de Poesía de la página Heptagrama, una vez vista la calidad de las obras presentadas, se ha permitido otorgar primero, segundo y tercer premios además de seis menciones especiales.
Por el ritmo, el sentimiento y la belleza plasmados en versos, el jurado de Heptagrama 2012 ha destacado los siguientes poemas:
Primer premio
Elogio de la Culpa
Segundo premio
Historia de Cruzados
Tercer premio
De Brumas, de Broncas y de amores
Menciones honrosas
+ Pan y Circo
+ Romance para una Siesta
+ Lamentación del Prisionero
+ Bajo tu Chal
+ Identidad
+ Mímesis
+ Regazo del Azar
+ Grandísimo
Además, este jurado quiere agradecer a todos y a cada uno de los participantes su dedicación y entrega al muy digno oficio de la Poesía con lo cual ayudan en la construcción de un mundo mejor donde, protagonista la Vida, siempre ocupe el puesto de honor.
¡Felicitaciones!
Julio de 2012
Elisabet Cincotta, Blanca Barojiana, Ana I. Hernández Guimerá, Liliana Varela, Ana Lucía Montoya Rendón
Elogio de la culpa
Nadie venga con el oficio tierno
del agua. Nadie compre los acuarios
vacíos. Escuchen, hay escenarios
cómplices, hay un corazón paterno
que no es. Escuchen: nada será eterno
ni mortal. Nadie venda los horarios
de la culpa -los torpes incendiarios
mueren de amor- Nadie renuncie al cuerno
de la paz. Nadie, para refugiarse,
invente de la lluvia algún invierno.
Nadie venga a vender su sempiterno
talismán. Nadie quiera profesarse
Padre y Dios. Ya nada podrá salvarse
fuera de mí, no importa cuál infierno.
© Carlos Téllez Espino
Cubano
Historia de cruzados
Poeta, tú no cantes la guerra; tú no rindas ese tributo rojo al Moloch, sé inactual; sé inactual y lejano como un dios de otros tiempos, como la luz de un astro, que a través de los siglos llega a la humanidad. —Amado Nervo
Yo no puedo escribir sobre la guerra
porque sólo conservo en la memoria
falsas reproducciones de una historia
que a veces mi optimismo desentierra.
Concebir esta página me aterra
como pensar que pude haber caído.
Las guerras no rebasan el olvido
y cualquiera es un héroe o un cobarde.
A mí no me llamaron. Ya era tarde.
Los últimos soldados se habían ido.
Eufóricos y osados ante el ruedo
a todos nos cegó la misma farsa
y avanzamos, detrás de la comparsa,
como en un carnaval de sangre y miedo.
Sólo cuando la Muerte mostró un dedo
dejaron de caer los gladiadores
entre perdonavidas y traidores
y se tornó la guerra paradigma.
Sólo cuando la Muerte fue un estigma
terminó el ajedrez de los mayores.
Para la guerra siempre hay un motivo.
El rapto de Briseida es un estorbo
universal, una ración de morbo
interminable en el siniestro archivo
de césares y brutos. Estar vivo
es un error de cálculo execrable.
La guerra no es un virus incurable
pero a todos los hombres nos contagia:
unos querrán que empiece la hemorragia,
otros que no castiguen al culpable.
Ninguna vida salvaguarda un verso.
A nadie un verso la razón despierta.
Tanta grafomanía desconcierta.
Ninguna causa vale tanto esfuerzo.
Podrá cambiar la guerra el universo
pero no sanará ciertas heridas.
Aunque de difidentes y homicidas
estén llenos impúdicos acrósticos
persistirá el horror de los agnósticos
y crecerá el placer de los suicidas.
Agresores y aliados: neandertales
que año tras año van a las cruzadas
con la cifra infinita de sus nadas
a cuestas como dones teologales:
los fanatismos también son fatales
como esperar en desolada orilla.
¿Tendremos que ofrecer la otra mejilla
y recibir, con júbilo enfermizo,
el vacuo resplandor del Paraíso,
la perfección que muere de rodillas?
Si al menos tú pudieras, Padre oscuro,
explicarme qué férula ilusoria
despierta en ciertos hombres la mortuoria
idea de enviar hacia lo impuro
de un supuesto principio al que más duro
pueda blandir la espada y al convicto,
si al menos tú escucharas lo interdicto
por el futuro mártir que simula
obedecer al que lo manipula
seguro impedirías el conflicto.
La guerra, para mí, fue un comentario
y el temor de mi padre al documento
que no firmé. La guerra fue un invento
para que no durmiera el vecindario.
Repasar sin aliento algún rosario
a nadie exoneró del crucifijo.
Alguien también lloró y alguien maldijo
a los que regresaron sin medallas
y a los que dirigieron las batallas
de donde no volvió, jamás, el hijo.
© Ronel González Sánchez
Cubano
De brumas, de broncas y de amores por las grietas del tiempo
por las grietas del tiempo
donde se esconden al acecho
predadores, presas y poetas
ruge hoy inquietante viento
extraño, abrasador
y carro de tormentas
¿de qué pechos ignorados
de qué pulmones milenarios
parte esa suma de voces
débiles, postergadas, pequeñas
que al chocar con las fisuras del tiempo
producen pavor, temblores y tornados
espantan al predador, a las presas alertan
e inspiran a los poetas?
no es nuevo el viento
su edad acumula milenios
la misma que el cobarde
el valiente
y el traidor
pero hoy arrastra tempestades
desde las canteras de Olduvai
y de Laetoli
del África natal
con sus praderas germinales
la tormenta arrastra el aliento
del pintor de Altamira
los temores de Lucy y su pareja
el grito silencioso de los chicos de Tucumán
Formosa y Bangladesh
la rebelión de tantos marginados
el clamor de los rebeldes
y justos sacrificados
y el aliento final
de invadidos e invasores
que pisaron y pisan
los hoy diseminados
campos de Pangea
desde que diera el postrer grito
el último neandertal
¿cuánto viento hará falta
cuántas tormentas deberán pasar
por las grietas del tiempo
-eternas y estrechas-
hasta que los vendavales
se tornen brisa
y héroes los poetas?
© Jorge A. Colombo
Argentino
Pan y Circo
Pude haber llevado el monte a casa,
asfixiar recuerdos en mi axila
y cerrar las puertas.
Pude soñar sin sobresaltos,
gatear desnudo;
naufragar en habitaciones sin foco.
El montón de besos de vidrio me llamaba:
La Antigua, La Estrella,
la pulcata y el puro;
allá me esperaban imbéciles y desquiciadas,
intelectuales solitarias y mariposas nocturnas.
La cena con Dylan ya se ha enfriado;
la luna creciente se opacó en su lecho;
pude pisar el puerto salvo,
mas preferí volver a destrozar las rutas.
Si yo hubiera querido,
el sol jamás habría atracado
en las bañeras de leche;
y habría sido chupamirto,
catador de baba
y peregrino.
Pude silenciar la orquesta y sabotear el acto;
pude olvidar
y dejar de morir un poco,
pero preferí volver
al pan y al circo de tus besos.
© Carlos Augusto Hernández Armas
Mexicano
Romance para una siesta
Rosario vuelta de espaldas
se duerme calles arriba,
la siesta pule el silencio
detrás de las celosías
y en las veredas trazadas
con celeste geometría
el sol, contando baldosas
se mete por las hendijas
de los zaguanes insomnes,
las ocultas galerías,
como en busca de secretos
y de mujeres cautivas.
Pero afuera, en la fachada
de las casonas altivas
los demonios de la siesta
protegen a sus cautivas
con mascarones de yeso,
brujas de mampostería,
o gárgolas trasnochadas
y ángeles de alas caídas,
amarinados de moho
por el polvo de los días,
aunque la siesta parezca
frenar al tiempo en su huída.
La siesta es ronda de gnomos
y de sirenas furtivas,
bajo ella yace la infancia
como una carta ya escrita
y el río brilla a lo lejos
cual una ilusión perdida.
© José Luis Najenson
Argentino
Lamentación del prisionero
I eu morrendo
nesta longa noite
de pedra.
(Celso Emilio Ferreiro)
En pacto con la piedra y el oscuro
pendiente que se cuelga de la nada,
escalo mis paredes. La estocada
del hombre se me incrusta junto al muro.
¿Cómo calmar mi pálpito inseguro
si la muerte con fango me salpica?
A estas horas, la noche multiplica
su insolencia en la piedra, y es la nube
lo que frota mis ojos cuando sube
nocturna por el hierro que suplica.
Tosca pared silencia el espejismo
y mi noche en harapos se revuelve
como un río, me lastra, no me absuelve,
me deja en sobresalto y paroxismo.
El tablado transpira el egoísmo
y la fiebre silencia la angostura;
los martillos golpean sombra impura,
los puñales no cortan el lamento…
Es el final. Se apaga el firmamento
y los muros fustigan mi cordura.
© Mariana Enriqueta Pérez Pérez
Cubano
Bajo tu chal
Bajo tu ligero chal una nube
un sombrero viejo
y un tranvía desciende por tu piel.
Bajo tu ligero chal
la llovizna
y guardo un lápiz sin punta
y un juego de cartas en tu regazo.
Un payaso sin nariz
un libro lleno de páginas
se acurrucan junto a ti
—justo en noviembre—
con la foto del sepulcro de mamá.
Bajo tu ligero chal
conseguimos agua entre los guijarros
y recorrimos vastas partes de este mundo
con la sensación de llegar siempre tarde.
Cuando los cerros se dibujaron
como sombras de papel
no te pude ver
apenas la rama de romero cruzándote el rostro.
Bajo tu ligero chal
un encierro de siglos
de vida atrasada
y el número de días que nos resta por existir.
© Vicente Martínez
Ecuatoriano
Identidad
Resoplar la libertad para fundir el miedo,
encender complicidad clavando soledades,
tirar un amarillo temor a lo empezado
para teñir de trino el alma que tirita.
Bordar una mirada, lapidar los celos,
volcar una necia ilusión agachada,
resucitar estrellas, pulir auroras,
mezclar un ángel suspirado y un demonio tibio,
pintar de anhelos un futuro atosigado
apretar los dientes del deseo.
Beber la luz, bailar lo negro,
convertir, rodar, rozar, sufrir
el inundado gozo de ser yo misma.
© Mabel Pruvost
Argentina
Mímesis
¿Y es este costado
parecido a tu sombra?
Pedacito de alma
cipaya por adornos.
Entre las muelas
hundirás tu arma carne
El ruiseñor de la profecía
canta
clava
entierra
con alfileres
enchufa
el recuerdo de un tiempo
que todavía no.
© Sergio Mattano
Argentino
El rezago del azar
Un lunes cualquiera bordea la siesta,
Lavando los platos un hombre medita
Acerbos rescoldos simulan la fiesta,
De agua y jabón una flor se marchita.
Solemne, confuso, allana su casa
Un ángel cautivo de celo iracundo,
Del miedo resbala al piso una taza
Imitan los trozos el plano del mundo.
Mantel que rehúsa cerrilles meriendas,
Aguarda una barca progresos del mar.
Confuso sicario de glaucas leyendas,
La torpe avaricia que enluta el azar.
© Pablo Martínez Burkett
Argentino
Grandísimo
Vos, que le negaste el llanto
a las sirenas.
Vos, que te adueñás del cuerpo
y los sentidos de quienes te poseen, creen.
Vos, el incansable que borra la huella
de cada desrodado carro.
Vos, que te agigantás entre Titanes.
Vos, el que guarda en su buche de silencios
a todos los peces meditabundos.
Vos, el que ha perdido olas del lomo
en peleas con piratas.
Vos, grandísimo
como un barco sin mar.
© Cipriano Labala
Argentino
Arte y expresión + Poesía