El bastón y el sombrero

La actuación en el colegio había sido todo un éxito, especialmente la de 4to grado, ¿no era así padre? Claro que sí, el padre Trisoglio reía con todo el cuerpo, su inmensa barriga rebotaba, su poderosa voz se imponía al rumor de los comentarios de los padres de familia. ¿Y de dónde había sacado la signora Lucha questo bastón? El padre lo señaló, su anillo resplandecía un fulgor de rubí. ¿E questo capello?, su índice se movió unos centímetros. La señora Lucha sonrió, eran un préstamo, padre. Pensé que podrían ser de su abuelo, la señora Torrejón acarició la cabeza de Cesitar: Te salió bien el papel, habrás ensayado bastante. El profesor Sebastián escuchaba inmóvil, a unos pasos, el pecho inflamado por la actuación de sus pupilos. Cesitar sonrió apretando el bastón y el sombrero a su pecho, con el dorso de la mano se limpió el tizne de corcho con que le habían pintado patillas y bigote, pero solo logró correrlo y mancharse la mejilla. Su hermana Mónica se rió señalándolo, pareces un vago de la calle. Su madre se acercó, con la punta de su manga limpió la raya negruzca.

Questo es un bastón molto bien trabajado, retomó el tema el padre Trisoglio. Así era, la empuñadura de plata mostraba un bajo relieve de ángeles de alas amplias y expresiones santas; la madera relucía un barniz perfecto, como una capa protectora de metal transparente. El sombrero negro bombacho estaba impecable, ni una sola mancha de humedad o suciedad, su cinta de seda envolvía la circunferencia perfecta con elegancia y remataba en un sobrio lazo. Sí, muy bonito, asintió el profesor Sebastián, parecen piezas de museo. La señora Lucha miró su relojito de circunferencia minúscula, manecillas exactas: Mira la hora, ya nos vamos. Agradeció a todos, salió con Cesitar y Mónica de la mano.

En el camino a casa, Lucha recordó que había prometido a la señora Carmen devolverle el bastón y el sombrero esa misma tarde. Suspiró, la actuación se había prolongado más de lo esperado y la charla que le siguió consumió la tarde con una rapidez increíble. Decidió devolverlos al día siguiente, había seguido todas sus indicaciones al pie de la letra: Mucho cuidado con el sombrero y bastón de mi difunto marido, señora Luchita, le había advertido con la amabilidad que solo tienen las ancianas; y ella había escuchado la historia que le contaba la señora Carmen, que esos eran los preferidos de su esposo, que por eso eran los únicos que había conservado con tanto esmero, que no dejara a los niños jugar con ellos. Claro que los iba a cuidar como si fuesen suyos, señora Carmencita, que no se preocupara. El bastón le hacía recordar a uno que tenía su padre. Sabe Dios dónde habrá ido a parar, ¿los tendría su hermana Teresa? La señora Carmen sonrió satisfecha por la promesa, la esperaba por la tarde, señora Luchita. Pero ya no era hora de ir hasta la casa de la señora Carmen, además, había que preparar la cena y los uniformes del colegio para el día siguiente, y no he planchado tu camisa, Cesitar. A tu falda había que coserle la basta, ¿no, Mónica? ¡Qué se le iba a hacer! Suspiró y continuó el camino a casa, mañana voy, le llevo un kekito marmoleado de los que le gustan y todo bien.

Después de cenar, planchar, coser y acostar a los chicos, Lucha se sentó a ver televisión, ¿en qué se había quedado la novela? No era tarde, pero sintió un profundo sueño que la hizo quedarse dormida en el sillón. Despertó cuando su cuerpo resbaló hacia un costado y casi se cae al piso. Fue a su dormitorio, se cambió y se acostó, había sido un día muy largo. Bostezó, puso la cabeza en la almohada y se durmió de inmediato. Un poco más tarde llegó su esposo con ganas de escuchar cómo le había ido a Cesitar en la actuación, pero al ver a su esposa tan plácidamente dormida decidió cenar solo y esperar hasta el desayuno, la versión de Cesitar iba a ser más divertida. Le llamó la atención encontrar el bastón y el sombrero sobre la cómoda frente a la cama. Levantó el bastón, se puso el sombrero, se agachó, vio su silueta en el espejo del tocador: le quedaba grande. Sonrió, los dejó donde los había encontrado y se acostó.

Serían las 3 o 4 de la mañana cuando la señora Lucha despertó de un sobresalto, ¿qué pasaba?, una sensación de frío intenso la envolvió, ¿estaba destapada? Intentó coger la punta de la colcha, pero su brazo no respondió. Trató de darse la vuelta: su cuerpo se negó a obedecer. Quiso abrir los ojos, mas tenía los párpados pegados: estaba inmóvil. El terror la inundó, ensayó llamar a su esposo, pero la voz se le enredó en la garganta. Un sudor helado rodó por su frente, abrió surcos de hielo en sus mejillas y cuello. La quietud de la noche parecía haberse intensificado, podía escuchar la respiración de su esposo con claridad. De improviso, se dio cuenta que el sonido no provenía de su lado, en la cama, sino de la puerta. Aguzó el oído: era una respiración serena, calmosa, acechante. Intentó moverse otra vez pero no lo logró, ¿se sentirían así los comatosos?, ¿los cuadrapléjicos? La respiración empezó a moverse, ahora escucha pasos y un tenue rechinar de zapatos. Los pasos se le acercan, los puede sentir deteniéndose a veinte centímetros de ella, ¿era un ladrón? Había escuchado historias de delincuentes que usaban gases paralizantes y cosas por el estilo. Se desespera, trata de gritar, alertar a su esposo, ahuyentar al ladrón. Es inútil. Entonces, los zapatos reanudan su paseo. Los escucha acercarse a la cómoda. Se detienen. ¿Es eso un suspiro? El sonido que ahora llega hasta ella es confuso, bien puede ser el restregar de la ropa en el cuerpo de una persona, o la búsqueda de objetos de valor en los joyeros que descansan sobre el mueble. Sospecha que el ladrón está admirando el bastón y el sombrero, ¿en la oscuridad? Si hubiese encendido la luz, tal vez lo notaría a través de los párpados. En eso, los pasos se acercan otra vez, ¿qué quería?, ¿por qué no se va de una buena vez? La cama se hunde a su lado, el ladrón se ha sentado, pero no hace ningún otro movimiento. Siente que algo se posa a sus pies, es un peso leve, suficiente como para notar que está allí. El ladrón se levanta, los pasos se pierden por la puerta.

Apenas el ruido de pisadas desaparece en la noche, la señora Lucha recupera la movilidad. Sacude los brazos para librarse de la colcha, se incorpora, abre los ojos, despierta a su esposo: ¡César, César!, lo sacude frenéticamente, la silueta rebota como un resorte: ¿Qué pasa? Los chicos, los chicos. César salta de la cama, corre hacia los dormitorios contiguos. Camina hacia la sala, la cocina, el baño. Regresa de inmediato, intrigado: ¿Qué ha pasado? Lucha respira entrecortadamente, con rapidez, el corazón le retumba en el pecho. En la penumbra, distingue un bulto redondeado a los pies de la cama, ¿qué es eso? Enciende la luz, se escucha decir en un hilo de voz.

El plafonil destella y revela, a sus pies, el bastón y el sombrero.


César Klauer es catedrático en la Universidad de Piura y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, en Lima. Ha publicado los libros de cuentos "Pura Suerte", "El gigante del viento", "El perro Patitas" y "El delfín de Arena".


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